martes, 4 de diciembre de 2007

Inauguración del Museo Nacional de Bellas Artes
-Por Paula Fiamma Nuestros artistas tienen una regia casa, ese Palacio que reúne todas las comodidades y los adelantos en la materia, además de la armonía y belleza de su construcción. Dentro de su recinto se cree estar en Europa, y al asomarnos por los amplios ventanales por donde se filtra la luz suave propicia á los cuadros, vemos las cordilleras de los Andes, todo el hermoso paisaje de nuestro suelo. La fecha de ayer es grande y se señala el día y la mejor y más intelectual de todas las fiestas de nuestro centenario.El Diario Ilustrado, 22 de septiembre de 1910.
En el lugar sobre el cual a comienzos de siglo existió el lodo, el desecho y los escombros que los habitantes de la ciudad despojaban, ahora existe "la obra arquitectónica y urbana más destacada del siglo"(1). Se trata del Museo nacional de Bellas Artes, un espacio de estilo neoclásico francés, que surgió ante el requerimiento de un lugar adecuado para el desarrollo artístico del país y ante la necesidad de construir un símbolo perdurable, como parte de las celebraciones del centenario de nuestra Independencia.
Los terrenos baldíos que quedaron luego de los últimos trabajos de canalización y relleno del río Mapocho, en su ribera sur en 1892, fueron los escogidos para el levantamiento de la escuela y el Museo de bellas Artes. Según Alberto Mackenna, la superficie escogida (de 24 mil metros cuadrados) era un espacio "destinado al cachureo, en el cual se confundían los perros vagos, los puercos en busca de desperdicios y las mujeres del pueblo que ganaban la vida en esa tarea tan baja (...)"(2).
Mirando Hacia París
En aquellos años gran parte de los futuros arquitectos chilenos aspiraban a estudiar en la "ciudad de la luz" para conocer las técnicas más modernas y apreciar desde su cuna el estilo que más agrado ejercía en las autoridades y habitantes de Santiago. Consecuentes con esta premisa y ante el advenimiento del Centenario de la Independencia, el Estado de Chile convocó a un concurso internacional para la edificación del Museo; el jurado -integrado por Rafael Errázuriz, Augustín Matte, Juan Luis Sanfuentes y Ramón Subercaseaux- favoreció el proyecto presentado por Emilio Jecquier, arquitecto titulado en la escuela de Bellas Artes de París.
Haciendo eco del guto de la época, Jecquier tomó el recorrido interno y la fachada principal del Museo Petit Palais, de la capital francesa. En relación a su aporte una nota de la revista Zig-Zag, publicada el 30 de julio de 1905, señalaba: "nos ha traído una nota de refinamiento, de esa exquisita elegancia clásica, pasada a través del gusto moderno, que está haciendo furor en París la ciudad más artística del mundo".
La consecución de esta empresa exigió del gobierno el aumento sustantivo de los fondos asignados inicialmente. El presupuesto que en 1905 fue de $495.310 de la época se elevó, al concluir el proyecto, a $22.100.000, pues los costos de la edificación fueron incrementándose a medida que la obra se desarrollaba.
Nerviosos Preparativos
En 1906 fue electo presidente don Pedro Montt, quien debió enfrentar una constante guerrilla política, una crisis económica derivada de las pérdidas originadas por el terremoto de 1906 en Valparaíso, los suculentos fondos invertidos en obras públicas y la crisis mundial de 1907. A ello se debe agregar el descontento obrero que culminaría en el triste episodio de la matanza de Santa María de Iquique.
La preparación de los festejos por el Cementerio de la emancipación chilena estaba en peligro, pues el terremoto había obligado al gobierno a centrarse en la reconstrucción del puerto. Debido a estas dificultades económicas, surgieron voces que se oponían a la conclusión de las obras y que pretendían suspender las fiestas. La situación obligó a un pronunciamiento del Senado, para impedir la postergación en julio de ese año. Además, sería una vergüenza dar excusas...las invitaciones ya habían sido enviadas a las delegaciones extranjeras.En el último año de gobierno, Montt asistió a las actividades con que celebró, en mayo de 1910, el centenario de la Independencia argentina. Al regresar al país, se le diagnosticó una enfermedad relacionada con la arteriosclerosis, debiendo nombrar a Elías Fernández Albano en la vicepresidencia y así partir a Alemania para consultar especialistas. El 17 de agosto, horas después de desembarcar, el Presidente fallece sin alcanzar a ver la obra que tantos avances alcanzó durante su mandato.
Elías Fernández debió recibir a las delegaciones extranjeras que comenzaban a arribar para los festejos. Durante la misa fúnebre que se ofició en la Catedral el 26 de agosto en honor al difunto Presidente, contrajo un fuerte resfrío: en medio de los últimos preparativos, su enfermedad pronto se convirtió en pulmonía. A raíz de un paro cardiaco, diez días mas tarde, el Vicepresidente también falleció.
Dos muertes de personajes tan ilustres en menos de un mes conmueven al país. Las revistas publican reportajes fotográficos sobre los funerales, en tanto que informan sobre la llegada de más visitas o la adquisición en Argentina de mayor alumbrado eléctrico para engalanar la capital. Una conversión designó como candidato de consenso para la presidencia de la República a Don Ramón Barros Luco, quién asumiría en noviembre. Itinerante gobernaría como vicepresidente Emiliano Figueroa. Se soslayaron así varios problemas protocolares, pues los regalos para las autoridades y los diplomados invitados, con las iniciativas ya grabadas de Elías Fernández, pudieron ser entregados.
Cerrando este período carente de una institución que brindará un espacio adecuado para el arte, el 21 de septiembre de 1910 se inaugura el nuevo palacio. Durante la concurrida ceremonia también se dio inicio a la Exposición Internacional, que ocupó la edificación correspondiente al Museo y a la Escuela, y para la cual se editaron catálogos y una medalla de cobre recordando ambos hitos -Centenario y Exposición-. Se abrió así un ciclo para la difusión de las artes en Chile.
En el desorden gubernativo en que vivimos nadie puede extrañarse que el Centenario nos halle desprevenidos. Mucho se ha escrito, mucho se ha hablado, pero se ha hecho poco. Por lo demás, la anarquía de las ideas no puede producir sino resultados como estos. La cosa ha llegado al extremo de haberse pensado en la postergación del Centenario. Ha sido necesario un pronunciamiento del senado para que no se hiciera la postergación. Pero no nos equivoquemos: no se opuso el senado a esa idea porque las invitaciones al mundo entero ya habían sido dirigidas; en buenos términos, porque ya no se podía volver atrás. Por casualidad puede figurar en las fiestas de esa fecha la inauguración del Palacio de Bellas Artes: ha tocado la coincidencia de que el edificio quede concluido entonces. Sin embargo, ni aún eso anda a las derechas. Para poder inaugurar en septiembre el palacio, hay que trabajar incesantemente de día y de noche, hay que pagar a los operadores el duplo o el cuádruplo del jornal acostumbrado, hay probablemente que sacrificar la perfección de algunos detalles al plazo angustiado del que se dispone.
Ese palacio habrá de ser el centro de muchas fiestas: será lo mejor que tengan que ver los delegados en todo el programa del Centenario. Sin embargo, nada se ha hecho aún para darles aspecto y limpieza a la plaza adyacente a los edificios que miran al palacio. Es difícil -casi imposible- arreglar todo eso en dos meses; años, pero que en nuestra impresión de musulmanes hemos dejado como de costumbre para última hora.
El Diario Ilustrado, Santiago, lunes 18 de julio de 1909.(1) Categoría ratificada por la Municipalidad de Santiago, a través de una encuesta realizada a un universo de 250 mil personas en 1999.(2) Lisette Balmaceda. El Museo de Bellas Artes (tesis), Santiago, Universidad de Chile, Facultad de Bellas Artes, 1978, pág. 61.
Fuente:www.nuestro.cl

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