*A continuación reproducimos las palabras del Cardenal Sodano que nos habla sobre la Vírgen del Carmen
Autor: Cardenal Angelo Sodano
Fecha: 01/10/2007
María y el Papa: dos dones de Cristo
Homilía del Cardenal Angelo Sodano en la Santa Misa en honor de Nuestra Señora del Carmen, Patrona de Chile Santiago de Chile, domingo 30 de septiembre 2007
"Mi alma proclama la grandeza del Señor", exclamó la Santísima Virgen María al llegar a la casa de santa Isabel (Lc 1,46). Estas mismas palabras del Magnificat las pronunció el Papa Juan Pablo Il, de venerada memoria, el día de su llegada a Chile, el 1 de abril de 1987.
Desde el Cerro San Cristóbal, dirigió su saludo a Santiago y a todo Chile, diciendo: "Sí, mi alma proclama la grandeza del Señor al contemplar el espectáculo de la ciudad que se extiende a los pies de la cordillera. Mi plegaria y mi afecto se dirigen a todos vosotros ... Quiero que el saludo cariñoso del Papa llegue a todos los rincones de este noble país" (Saludo a la ciudad de Santiago ya todo Chile, 1).
Yo estaba al lado del Papa en aquella jornada memorable, junto a muchos de vosotros. Y hoy, veinte años después, he vuelto a esta bella ciudad para conmemorar la visita del Sucesor de Pedro y dar gracias al Señor por los buenos frutos que ella ha producido en todo el País.
Gozoso por encontrarme hoy en Santiago, os saludo de todo de corazón, repitiendo también yo las palabras de María, para proclamar la grandeza del Señor, que guía siempre su Iglesia.
Con estos sentimientos de gozo espiritual, saludo especialmente al Pastor de esta Arquidiócesis, el querido Cardenal Francisco Javier Errázuriz Ossa y a todos los demás Arzobispos y Obispos presentes y al Nuncio Apostólico, así como a los sacerdotes y a todas las distinguidas Autoridades aquí reunidas en la solemnidad de la Virgen del Carmen, Patrona de Chile.
Cada santa Misa es un himno de agradecimiento que elevamos con Cristo al Padre que está en los cielos por todos los beneficios recibidos. y hoy queremos presentar a Dios nuestra acción gracias especialmente por dos grandes dones que ha prodigado a la Iglesia: el don de María, que nos ha dejado como Madre, y el don del Papa, que nos ha dejado como Guía.
1. El don de la Madre En realidad, en el corazón de todo creyente están profundamente grabadas las palabras que Jesús dirigió en el Calvario al discípulo Juan: "Hijo, ahí tienes a tu Madre" (Jn 19,27). Desde aquel momento, el discípulo la tomó consigo como su segunda Madre, como su Madre espiritual.
Siguiendo el ejemplo de san Juan Evangelista, todos los discípulos de Cristo que nos han precedido en el curso de los siglos han tenido a María como su Madre.
También en esta tierra chilena, desde que llegó aquí la luz del Evangelio, María ha entrado en el corazón de los creyentes, que la sintieron y la sienten como su Madre espiritual.
En efecto, tras la llegada de Pedro de Valdivia, los primeros misioneros fueron sembrando en nuestras ciudades los más hermosos títulos con los que la piedad cristiana solía honrar a María. De entre dichas invocaciones, destacó desde los comienzos de la evangelización de esta bendita tierra el de "Virgen del Carmen ", en recuerdo de los milagros realizados por intercesión de María en la tierra de Jesús, sobre el Monte Carmelo.
A Ella se confiaron también los que lucharon por la independencia del País, así como tantas personas ilustres que sirvieron la Patria. Por esta razón, la Virgen del Carmen ha sido siempre aclamada como Patrona de Chile, y como talla invocamos hoy también nosotros.
A esta devoción nos exhortó también el Papa Juan Pablo II durante la visita al Santuario Nacional de Maipú. En una oración memorable, nos encomendó a todos a María, diciendo: "¡Santa María, Madre de Cristo, Madre de Dios y Madre nuestra! Bajo tu amparo nos acogemos, a tu intercesión maternal nos confiamos ... ¡ Virgen del Carmen de Maipú, Reina y Patrona del pueblo chileno! A tu corazón de Madre encomiendo la Iglesia y todos los habitantes de Chile ... Que bajo tu protección maternal, Chile sea una familia unida en el hogar común" (Consagración a la Virgen del Carmen, Maipú, 3 abril 1987, nn 3.4).
2. El otro don ¡Hermanos y hermanas en el Señor! Un segundo motivo de gratitud a Dios nos ha reunido hoy en torno a su altar. Es la gratitud filial por el don que Él ha otorgado a su Iglesia con la obra generosa desplegada por el Papa Juan Pablo II en sus casi 27 años de Pontificado y por la buena simiente que ha esparcido en Chile en los seis días que permaneció con nosotros, del 1 al 6 de abril de 1987.
Muchos de los presentes mantienen todavía vivo en la memoria el recuerdo de las muchedumbres que acudieron a la Plaza de San Pedro desde todas las partes del mundo para el funeral del Pontífice tan querido. Fue el homenaje de los creyentes y de muchos hombres de buena voluntad a un Pastor que tanto se había desvivido por la Iglesia de Cristo y por toda la humanidad. Juan Pablo II será recordado ciertamente como uno de los más grandes Pontífices de la época moderna. Además, en la historia de la humanidad, su nombre quedará asociado siempre a la figura del Buen Samaritano, que se ha ocupado de las llagas de una generación hondamente probada en el cuerpo y en el espíritu.
He tenido la fortuna de haber estado personalmente muy cerca de él durante 17 largos años, 15 de ellos como Secretario de Estado. Lo recuerdo siempre como un hombre excepcional, un Pastor totalmente entregado a su misión.
Su trabajo cotidiano estaba iluminado por un profundo espíritu de fe y de un amor ardiente por cada persona, de modo que todos los que estábamos en su entorno lo consideramos realmente como un santo. Espero de corazón que pronto podamos verlo elevado al honor de los altares.
3. El Papa en Chile
Además, los chilenos tienen motivos particulares para dar gracias al Señor por el don del inolvidable Papa Juan Pablo II. En efecto, este pueblo ha recibido mucho de su celo pastoral, especialmente en los seis días de su estancia en el País. Santiago y Valparaíso, Punta Arenas y Puerto Montt, Concepción y Temuco, la Serena y Antofagasta, fueron las ocho diócesis que visitó el Sucesor de Pedro.
Me parece oír todavía la voz potente con la que habló a los jóvenes en el Estadio Nacional, a los hombres de cultura en la Pontificia Universidad Católica, a los enfermos del Hogar de Cristo, así como a todo el pueblo cristiano en el Parque O'Higgins, en la Beatificación de Sor Teresa de los Andes.
El Papa tuvo siempre también una relación privilegiada tanto con los obispos y los sacerdotes como con las Autoridades civiles y los fieles que acudían a él.
La mayoría de los Pastores chilenos actuales fueron nombrados por él como guías de sus respectivas diócesis. Los tres últimos Arzobispos de Santiago fueron elevados por él a la dignidad cardenalicia: los queridos cardenales Juan Francisco Fresno Larraín y Carlos Oviedo Cavada, de feliz memoria, y el benemérito Arzobispo actual, el Cardenal Francisco Javier Errázuriz Ossa.
En fin, Juan Pablo II ha tenido la alegría de canonizar dos grandes figuras de santidad que florecieron en esta tierra chilena, a saber: santa Teresa de los Andes y san Alberto Hurtado Cruchaga. En cierta ocasión me confesó que hubiera deseado ver pronto sobre los altares al querido obispo de Osorno, Monseñor Francisco Valdés Subercaseaux. Desafortunadamente, no llegó a ver concluida su causa, pero ahora, desde el cielo, ciertamente rogará para que llegue a buen término.
En su residencia del Vaticano, el difunto Pontífice tuvo el gusto de recibir a tres Presidentes de la República de Chile y de mantener cordiales relaciones con los Embajadores chilenos ante la Santa Sede.
4. Un constructor de paz
Y ¿qué decir de la labor de paz, que Juan Pablo II desempeñó entre Argentina y Chile con la notoria mediación entre los dos Países, que se concluyó con el Tratado de Paz y Amistad firmado en el Vaticano el 29 de noviembre de 1994? El pueblo chileno lo recordará siempre con imperecedera gratitud.
En el plano internacional, la obra del difunto Pontífice ha marcado también la historia del mundo contemporáneo. Con su proclamación tenaz de la libertad religiosa y los derechos de los pueblos ha contribuido al derrumbe de los regímenes comunistas de Europa centro-oriental. Con sus intentos de reconciliación en muchas Naciones del mundo - particularmente en Tierra Santa y en el Medio Oriente -, con las Jornadas de la Paz al comienzo de cada año, con el trabajo silencioso y perseverante de los Representantes Pontificios ante los Estados y las Organizaciones Internacionales, se ha hecho realmente merecedor de la séptima Bienaventuranza evangélica: "Felices los que trabajan por la paz, porque serán reconocidos como hijos de Dios" (Mt 5,9).
Una luz interior lo guiaba en todo su trabajo cotidiano: la luz de la fe en Cristo, Redentor del hombre. La encíclica Redemptor hominis fue precisamente su primer documento oficial solemne, con el cual se comprometía a trabajar por el hombre, por cada hombre, que Cristo vino a salvar.
En esta perspectiva, no titubeó en recordarnos que el hombre es el principal camino de la Iglesia (cf. n. 14). El amor a Cristo y el amor al hombre fueron las dos caras de todo su proyecto pastoral.
5. Nuestro reconocimiento
Por todos estos motivos nos sentimos hoy en el deber de entonar nuestro Te Deum en acción de gracias a Dios. En efecto, es el Señor que ha suscitado en la Iglesia, con su Santo Espíritu, la figura de este gran Pastor, así como en el siglo pasado suscitó otros excepcionales Pontífices: desde san Pío X hasta Benedicto XV, desde Pío XI a Pío XII, desde el Beato Juan XXIII hasta Pablo VI y Juan Pablo I.
Entre todos, el Papa Juan Pablo II brilla con una luz particular, con características propias, del mismo modo que cada estrella se diferencia de las otras por su peculiar resplandor.
Ahora, la divina Providencia ha puesto en la Cátedra de Pedro al Papa Benedicto XVI. A él profesamos nuestra devoción y nuestro afecto filial. Él ha recibido la herencia preciosa que nos ha dejado Juan Pablo II y continúa su buen quehacer con una generosidad que ha conquistado ya los corazones de los creyentes y de muchos hombres de buena voluntad.
6. El amor al Papa
Ésta es la grandeza y la belleza de la Iglesia. Desde Pedro, el humilde pescador de Galilea, hasta hoy, se cuentan 265 Sumos Pontífices, cada uno con sus propias características, pero todos ellos entregados totalmente a cumplir la misión que Cristo les había confiado.
En cada Papa nosotros vemos a Pedro, a quien el Señor ha querido confiar las llaves del Reino de los cielos. El Papa Juan Pablo II, el 16 de junio de 1969, dijo en Ginebra ante de los Miembros del Consejo Mundial de las Iglesias: "Me llamo Pablo, pero mi nombre es Pedro".
Así podría decir el Papa actual: "Me llamo Benedicto, pero mi nombre es Pedro". Para él, nuestra devoción y nuestro amor por siempre. Que María Santísima, Reina de los Apóstoles, vele siempre sobre el Papa Benedicto y le obtenga del Señor las más abundantes gracias para su ministerio de Pastor de la Iglesia universal.