miércoles, 20 de enero de 2010

Anecdotario de la Segunda Vuelta

*Nos pidieron reportear esta elección presidencial y acepté con una condición: mirar estos comicios desde un prisma distinto, que no pasara por requerir, una vez más, la opinión de los candidatos. Por Edison Ortiz.
Nos pidieron reportear esta elección presidencial y acepté con una condición: mirar estos comicios desde un prisma distinto, que no pasara por requerir, una vez más, la opinión de los candidatos – siempre todos dicen que van a ganar y todos ganan luego de la elección aunque hayan perdido -, en particular con dos postulantes que se parecen demasiado; o de las planas y poco reflexivas declaraciones de autoridades o jefes militares que, en estos tiempos, dicen las frases más inverosímiles como las siguientes: “hasta ahora hemos tenido una elección ejemplar, y la gente ha tenido un comportamiento cívico notable”. ¿Qué quieren? ¿Qué nos agarremos a combo ese día? ¿Qué se produzca una guerra civil? ¿O que lleguemos todos a votar en pelotas? Obvio la gente asiste normalmente a votar y luego cada cual vuelve a casa a su rutina.
Por tal motivo es que, en este día histórico, me aboqué a indagar el sentir de Encargados de recintos de votación, de asistentes, y de algunos vocales, sobre tópicos, anécdotas, vivencias ocurridas en los colegios sobre las cuales valga la pena explayarse y rescatar del olvido. Aquí van algunas de las anécdotas más sabrosas.
En el Colegio Mineral El Teniente recuerdan varias, pero hay una que sobresale. Ramón Araneda, y sus asistentes, no logran olvidar cómo en una elección anterior se hizo presente un hombre que requirió, por su condición de lisiado, la silla de ruedas prevista para estos casos. Lo asistieron sin problemas, lo llevaron en ella a votar al segundo piso, estampó su firma y adhesión, luego lo bajaron y al salir del recinto se levantó de la silla de ruedas se puso a caminar, y les dijo: “chao chiquillos”.
En la Escuela José Antonio Manso de Velasco, de votación femenina, el delegado Francisco Polgatiz recuerda que, en la elección anterior, “vino a votar una señora que, ante la falta de vocal en su mesa se ofreció como tal y que antes votaba en Pichilemu. A la media hora llegó su marido y el yerno, exigiendo hablar con la presidenta de la mesa para llevarse a la mujer por un compromiso impostergable. Sin embargo la autoridad se negó y el esposo tuvo que irse al paseo planificado para ese día sin su mujer. Una vez retirado su cónyuge, la señora, riéndose, dijo: ‘me quedé porque mi marido me cambió a votar en Rancagua, ahora estoy enojada y por eso les quiero echar a perder el paseo, que se vayan solos’. Y así fue como permaneció como vocal todo el día, ya que ir a votar a Pichilemu era para ella un verdadero paseo, cosa que no ocurría en Rancagua, ahora”.
En el Colegio España, el delegado, Eugenio Arriagada aún recuerda que en la elección presidencial de 1993, una vez terminada la votación en la mesa 166, los vocales deciden descansar unos 10 minutos antes de comenzar el recuento. Van al pasillo y, repentinamente, uno de los vocales cayó al piso fulminantemente con un paro cardíaco falleciendo al instante. Llegó luego la TV y les dije a carabineros: no pueden entrar, esto no es un show”.
En el Marcela Paz, de votación femenina, la delegada, Mónica Galvez, y todas sus asistentes inmortalizan que, “en cierta ocasión, llegó un señor quien, al entrar, y al ser detenido por un militar, indica que ‘toda mi vida he votado aquí’. La delegada, le señaló:’entonces Ud., se operó’, y el señor respondió de inmediato:’no me agarré pal’ hueveo, señorita por la chucha’. Eso fue lo que ocurrió”. Tienen grabado, además, la experiencia de una mujer mayor que, cada vez que venía a votar armaba escándalo incluso con llanto. Sin embargo, “al ver al Teniente de carabineros se calmaba y exigía la acompañará a votar. Éste la tomaba de la mano y mientras caminaban a la mesa la mujer le manifestaba: ‘si Ud., fuera buey, yo sería su vaca’. Demás está señalar que siempre que quería votar solicitaba cuál era el número del voto de Augusto Pinochet”.
En el Liceo Comercial, Elizabeth, indica “lo que más me acuerdo de una votación es de un homosexual. No querían recibirlo como vocal porque su feminidad era notoria. Impuse mi criterio para que pudiese serlo, y terminó siendo aceptado como tal. Después en cada elección se transformó en la niña de los mandados”. También, en otra oportunidad hubo una mesa que no se constituía por falta de vocales. La gente en la fila comenzó a silbar y les señalamos: que quienes siguieran silbando se iban a quedar como vocales, entonces, desaparecieron todos de la fila”.
En mi colegio básico, la escuela Bernardo O’higgins, Dunia Malgüe, rememora que en una ocasión llegó a votar una mujer en traje de baños cuando ya se había cerrado la mesa. Se notaba que era una mujer de estilo, pero por más que insistió no la dejaron votar. Aparte de su vestimenta extravagante para la ocasión, lo cierto es que la mesa ya se había cerrado”.
Claudio Díaz, asistente del delegado, en el Liceo Industrial A-6, Presidente Pedro Aguirre Cerda, cree que en esta elección es donde más borrachos han llegado a sufragar: “yo siempre estoy antes de las 8:00 a.m. en la puerta, y en general es uno o dos pero hoy, en un ratito, llegaron más de ocho votantes con una tremenda caña”. Pero el asunto no terminó ahí: “uno de estos curados, en una de las mesas, exigía que le permitieran votar ya que siempre había sufragado allí. No hubo problema, pero al momento de solicitarle el carné, no lo traía. El rosario de garabatos para los miembros de la mesa se quedó chico al lado de las chuchadas que le echan a los árbitros, cuando no le permitieron ejercer su derecho”.
Una historia de Vocales
Mauricio Coronado ya lleva cerca de siete elecciones como vocal en el Liceo Oscar Castro, mesa 22, varones. Permanentemente les dice a los integrantes nuevos de ella que “pongan ojo, siempre en esta mesa va a aparecer un voto insinuante, siempre hecho con entusiasmo y paciencia”. Al proceder al recuento de votos, constantemente aparece el dibujo, diseñado con pasión y entretenimiento, siempre del mismo tamaño del voto, con una inscripción emblemática a su lado: “pal’ que lo lee”. Y así, una tras otra, pasan y pasan las elecciones, y este elector no cambia de preferencia. Historias de elecciones, en Rancagua …

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